Fragment d'un article - elogi al pintor sitgetà Joaquim Sunyer. L'any 1911, Sunyer realitza una exposició al Faianç Català que el situa en pocs anys en capdavanter de la pintura catalana. És aquí quan Joan Maragall en publica un llarg elogi a la prestigiosa revista Museum, lloant les seves escenes senzilles i idíl·liques, on valora la seva condició d’obres genuïnament catalanes, destacant-ne per damunt de totes Pastoral. Aquesta exposició és molt comentada a la premsa de l’època i és aquí quan es demostra l’evident admiració que els professionals selectes tenen en l’obra de l’artista. Així doncs, aquest fou l’article de la consagració definitiva de Sunyer que aquí reproduïm parcialment.
IMPRESIÓN DE LA EXPOSICION SUNYER
Entre las críticas, con punto de vista técnico, que la obra de Joaquim Sunyer parece sobre todo provocar, tal vez convenga dejar oír una voz incompetente desde tal punto de vista, a fin de ligar una pura contemplación general de la vida la visión de ese artista tan profundamente animada por ella, bajo la singularidad de esta técnica, que ha de ser lo principalmente, lo cuasi exclusivamente discutido de su obra. (…). Pues esa obra de Sunyer me interesó enseguida; sentí el latido; conocí que vivía. Por cierto que encontraba en ella alga extraño; algo como un esfuerzo en parte frustrada; parecía que el artista quería decir algo que no podía acabar de decir: no era de plenitud aquella obra, no me dejaba en paz, no acababa de declararme la vida que representaba: era indudable que el artista sentía más de lo que decía el pintor, y sufría en el esfuerzo, y hacía sufrir; pero hablaba, balbuceaba al menos, y su balbuceo me interesaba vivamente, quería entenderlo; porque el ritmo estaba allí, estaba en mí por afinidad desvelada. (…).
Porque, en la naturaleza, el esfuerzo de la creación se nos presenta en un ritmo de líneas que delatan ciertamente aquel esfuerzo, pero que, también, revelan un poder que está seguro de su objeto, y así nos hacen sentir el ritmo ordenado: y esta ordenación del ritmo es lo que se llama armonía. Pues bien; el artista de aquella obra nos revelaba por ella el esfuerzo con su ritmo, pero no alcanzaba revelarnos el poder del esfuerzo, la ordenación del ritmo, la armonía: y esta era su falta. ¡Santa falta! Porque para llegar a hacérnosla sentir era menester haber levantad algo, mucho ya, del divino velo de las cosas. ¡Y son tantos los artistas que mueren dejando toda una obra y sin haber llegado a sospechar siquiera que había un velo qué levantar!
Así llegué delante de aquella «Pastoral» donde me pareció ver resumida, aclarada y sublimada toda la obra del artista. Me pareció encontrarme en una encrucijada de nuestras montañas, de estos montículos tan característicos de nuestra tierra catalana, áspera y suave al mismo tiempo, simplemente enjuta, como nuestra alma. Y que el aire tan estaba tan limpio que el paisaje parecía sin atmósfera, sin distancias, y que por tanto todo parecía tocarse: el sentido del tacto parecía transferido a los ojos: ver las montañas era tocarlas: el relieve del suelo se nos metía en el alma, y nos sentíamos dentro la caricia de sus líneas, la morbidez de su masa, y hasta el vaho del terruño. Y como sucede siempre que tenemos una sensación así fuerte de un paisaje, que sentimos enseguida la misteriosa afinidad de nuestra naturaleza con la de la tierra y empezamos a amarla con voluntad creadora y quisiéramos que se hiciera cuerpo de mujer, y ya nos lo parece, para crear en ella, he aquí de pronto la mujer aparece en nuestra imaginación, y si somos artistas, aparece en la realidad de nuestra obra.
He aquí la mujer en la «Pastoral» de Sunyer: es la carne del paisaje: es el paisaje que, animándose se ha hecho carne. Aquella mujer allí no es una arbitrariedad, es una fatalidad: es toda la historia de la creación: el esfuerzo creador que produjo las curvas de las montañas no puede detenerse hasta producir las curvas del cuerpo humano. La mujer y el paisaje son grados de una misma cosa; y el artista fascinada por las líneas del paisaje, verá brotar de su pincel, sin quererlo, las Iíneas del cuerpo de la mujer. Este me parece a mí el sentido esencial de la «Pastoral» y de toda la obra de Sunyer. (…).Pues yo diría que Sunyer viene a ser un artista genuinamente catalán. Un gran artista, pero catalán. O, si queréis: un catalán, pero gran artista.
JUAN MARAGALL
MARAGALL, Joan. Impresión de la Exposicion Sunyer a Museum, núm. 7, p. 251-259 ; 1911
IMPRESIÓN DE LA EXPOSICION SUNYER
Autorretrat de Joaquim Sunyer. Anys 50 |
Porque, en la naturaleza, el esfuerzo de la creación se nos presenta en un ritmo de líneas que delatan ciertamente aquel esfuerzo, pero que, también, revelan un poder que está seguro de su objeto, y así nos hacen sentir el ritmo ordenado: y esta ordenación del ritmo es lo que se llama armonía. Pues bien; el artista de aquella obra nos revelaba por ella el esfuerzo con su ritmo, pero no alcanzaba revelarnos el poder del esfuerzo, la ordenación del ritmo, la armonía: y esta era su falta. ¡Santa falta! Porque para llegar a hacérnosla sentir era menester haber levantad algo, mucho ya, del divino velo de las cosas. ¡Y son tantos los artistas que mueren dejando toda una obra y sin haber llegado a sospechar siquiera que había un velo qué levantar!
Así llegué delante de aquella «Pastoral» donde me pareció ver resumida, aclarada y sublimada toda la obra del artista. Me pareció encontrarme en una encrucijada de nuestras montañas, de estos montículos tan característicos de nuestra tierra catalana, áspera y suave al mismo tiempo, simplemente enjuta, como nuestra alma. Y que el aire tan estaba tan limpio que el paisaje parecía sin atmósfera, sin distancias, y que por tanto todo parecía tocarse: el sentido del tacto parecía transferido a los ojos: ver las montañas era tocarlas: el relieve del suelo se nos metía en el alma, y nos sentíamos dentro la caricia de sus líneas, la morbidez de su masa, y hasta el vaho del terruño. Y como sucede siempre que tenemos una sensación así fuerte de un paisaje, que sentimos enseguida la misteriosa afinidad de nuestra naturaleza con la de la tierra y empezamos a amarla con voluntad creadora y quisiéramos que se hiciera cuerpo de mujer, y ya nos lo parece, para crear en ella, he aquí de pronto la mujer aparece en nuestra imaginación, y si somos artistas, aparece en la realidad de nuestra obra.
He aquí la mujer en la «Pastoral» de Sunyer: es la carne del paisaje: es el paisaje que, animándose se ha hecho carne. Aquella mujer allí no es una arbitrariedad, es una fatalidad: es toda la historia de la creación: el esfuerzo creador que produjo las curvas de las montañas no puede detenerse hasta producir las curvas del cuerpo humano. La mujer y el paisaje son grados de una misma cosa; y el artista fascinada por las líneas del paisaje, verá brotar de su pincel, sin quererlo, las Iíneas del cuerpo de la mujer. Este me parece a mí el sentido esencial de la «Pastoral» y de toda la obra de Sunyer. (…).Pues yo diría que Sunyer viene a ser un artista genuinamente catalán. Un gran artista, pero catalán. O, si queréis: un catalán, pero gran artista.
JUAN MARAGALL
MARAGALL, Joan. Impresión de la Exposicion Sunyer a Museum, núm. 7, p. 251-259 ; 1911
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