dilluns, 2 de febrer del 2015

SITGES, LA BLANCA


Antiga postal del Cau Ferrat. 1901 o ant.
El 4 de novembre de 1894 es celebrà la Tercera Festa Modernista, una de les manifestacions més memorables del Modernisme on hi participaren escriptors i artistes de molt variades tendències i concepcions estètiques. Des d’aleshores, el Cau Ferrat es va erigir com a lloc de referència del Modernisme. Entre les moltes visites que el Cau Ferrat va rebre, sobresurten les que va fer Víctor Balaguer que realitzà amb la companyia d’amics i coneguts, ja sigui per ser Acadèmic de la Llengua o com a afiliat al Partit Lliberal o per ser un dels restauradors dels Jocs Florals.
Així doncs, Víctor Balaguer, poeta “Mestre en Gay Saber” va escriure aquest text dedicat a la Blanca Subur fent especial menció del Cau Ferrat i que publicà en almenys tres ocasions; Va aparèixer dins la revista madrilenya Pro Patria (segona època), III, XXI (septiembre, 1895), a La Vanguardia, del dia 26 de setembre de 1895 i també aparegué publicat com a capítol en un volum editat a Madrid l’any 1896 conjuntament amb altres textos inspirats en excursions i records, a partir de notes i apunts del mateix Balaguer titulat Historias y tradiciones on descrivia una sèrie de llocs suggerents i prou interessants i que van merèixer l’atenció d’un jove Víctor Balaguer: Medina del Campo, La Danza de las Morratxas (Canet de Mar), La Cartuja de Montealegre, Sitges la blanca, La Torre de los Encantados (Caldes d’Estrac), El Castillo de la Selva, El Cuento del Cid i La Cuesta de la Reina excursionista i inquiet.
SITGES LA BLANCA
Como nacida de la nívea espuma
que engendró un día á Venus Afrodita,
risueña, alegre, seductora, blanca,
orilla de la mar se eleva Sitges.
Es la antigua Subur. Montes vecinos,
que resguardan y protegen, danle
atomilladas brisas, acres brumas
la mar salobre que á sus pies se tiende,
y dulces mieles, en lugar de vinos,
sus griegas vides. Gallardea y crece
en sus jardines la africana palma,
y sus mujeres son dechado y timbre
de gracia y de beldad.
Hermosa villa,
la que al pie duermes del Garraf riscoso,
en un lecho de flores, al arrullo
del ola tumultuante que se rompe,
lasa y vencida, en la enriscada peña
donde aparece tu sagrado templo;
serena, amante, hechizadora Sitges,
nido dulce de amor, ¡Dios te bendiga!
Con estos versos expresé yo mi amor á Sitges, cuando pisaba muy á menudo sus playas, hace ya bastantes años.
Podrá Sitges no ser la antigua Kissa ó Cissa, como afirman algunos; podrá no ser, ó si será, la ópima Subur, según pretenden los más, y yo con ellos; pero es, sí, una de las villas más amorosas y más seducientes que conozco.
Está situada al pie del Garraf, el riscoso monte que cantó Cabanyes, por cuyas entrañas cruza un río de ignorado origen y en cuyas selvas se albergan los dioses y los gigantes de las leyendas; y viene á murmurar trovas lemosinas á sus plantas el mar azul, el Mediterráneo, nuestro mar latino, el mar de entre cuya espuma luminosa se vió salir un día á la Afrodita.
En sus costas y laderas el sol madura la uva dulcísima de origen griego, que aquí trajo, según tradición, roger de Lauria, y que destila ese vino embriagador y aromático llamado malvasía, del cual se dice no saber lo que es en Sitges más dulce, si la miel de su vino ó el amor de sus mujeres.
Sus casas se extienden en afiteatro, en graciosa concha, por la playa, atentas para ver el mar, y tras de ellas, diligentes también para gozarlo, se empinan y sobresalen otras casas que parecen ponerse de puntilla como no queriendo perderlo de vista, ansiosas de recibir el beso de su fresca marinada.
Florece la africana palmera en sus jardines y el áloes en su arena, y sus hermosas huertas se ocultan tras de impenetrables cercas de pitas y chumberas. Su iglesia parroquial se encumbra sobre un grupo de rocas dominando el mar, y á lo lejos, escalando una loma, aparece el cementerio con su muro blanco y sus cipreses verdinegros, presentándose, no como lugar de tristeza y muerte, sino como sitio de encantos y delicias, en el que Franco Gras ha colocado la principal acción de una de sus novelas.
Blancas son sus casas como ampo de nieve, mensualmente encaladas con preferente aliño; blancas son las losas de sus calles y las tapias de sus huertos; blancas y rosadas como flor de almendro sus mujeres con sus vestes blancas, y blanca con el color purpúreo del alba, no morena como la Virgen del Montserrat, dentro de su templo blanco, es la imagen bizantina de su Virgen del Vinyet, la Nuestra Señora de las Nieves invocada por los marinos y engrandecida por las leyendas.
Tal es Sitges la amorosa, Sitges la blanca, donde todo es luz y todo amor, todo dulzura y todo júbilo.
Es una villa griega en nuestra costa levantina y una villa andaluza en Cataluña, con la particularidad de que sólo en esta villa se ven rejas salientes como en Andalucía, adecuadas para amorosos coloquios. También es la única villa catalana donde la lengua, principalmente entre las mujeres, parece tomar cierta forma y cierto dejo, propios de comarcas americanas y andaluzas, y donde usan, mezcladas con el lenguaje catalán, ciertas voces originarias de Andalucía y que sólo allí se oyen y acostumbran.
¡Oh hermosa, blanca y amorosa Sitges de mis recuerdos juveniles! ¡Ay, riberita de Sitges, como decía yo entonces.
¡Ay, riberita de Sitges,
ribera de mis cuidados,
la noche que yo te vi
de la luna al dulce rayo!
¡Ay, Sitges de mis amores,
la del aire embalsamado,
con la mar fosforescente
por tu playa resbalando,
con el ambiente aromoso
de tus cármenes cercanos,
cuando tu limpia ribera
íbamos los dos cruzando,
su talle esbelto y flexible
prisionero de mi brazo,
y mirándome en sus ojos,
mientras bebía en sus labios
la miel que ofrece á tu vino
la griega vid de tus llanos!
¡Ay, riberita de Sitges,
ribera de mis cuidados!
Esta es la población escogida por Santiago Rusiñol para establecer su Cau ferrat. ¡El Cau ferrat! Hay que hablar, hay que hablar de esta humorada, que ha tomado todos los aires y todos los vuelos de una institución. El Cau ferrat es un capricho que ha venido á erigirse hoy en templo suntuoso del modernismo.
Santiago Rusiñol, el pintor impresionista, reputado por su talento excepcional, por sus cuadros de mérito superior, y algo también por sus rasgos de originalidad y de caràcter, el artista noble, generoso y simpático, que ha sabido hacerse querer y admirar de todos, poseía una riquísima colección de hierros. Los fué recogiendo en sus viajes, y llegó á formar con ellos un Museo, pero un Museo de precio y de estima. Convertido Rusiñol en coleccionista de hierros, tiene hoy en este género un verdadero tesoro. En una de sus excursiones por Cataluña, se prendó de Sitges, y decidió hacerla depositaria de su artística ferramienta, recogida y alcanzada con la selección del inteligente, el celo del arqueólogo, la avaricia del anticuario y el ojo del artista.
Sitges es un pueblo alegre, que ríe y que canta; es una villa helena, anacreóntica, en que todo brilla y esplende: la luz en su cielo azul, el fósforo en su mar hirviente, las flores en sus jardines, la palma en sus arenas, el calor en sus espacios, la sensualidad en sus fiestas, e amor en sus mujeres y el arte en todo. Es la villa que Anacreonte hubo de ver en sueños al escribir sus odas inmortales. La malvasía y el moscatel de Sitges son vinos perfumados y dulcísimos que se parecen á estatuas griegas en lo de no conocer rivales. Así fué sin duda la ambrosía que Hebe escanciaba á los dioses del Olimpo. Y así debieran llamarse estos vinos, Anacreonte ó Píndaro, en vez de moscatel y malvasia.
¡Qué extraño, pues, que Rusiñol, con sus fantasías de artista, se enamorase de Sitges!
Compró una casa antigua, en la calle de Sitges más antigua también y de más caràcter, junto á la iglesia que parece haberse edificado sólo para que pueda asomarse al balcón del baluarte, desde donde aparece el mar en toda su grandeza, y al pie del viejo castillo que fué de Doña Violante de Bar, la esposa de Juan II el amador de la gentileza, la reina de Aragón, hermosa y galante, que presidía los juegos florales y repartía premios á los trovadores.
Rusiñol trastornó y transformó la casa, dejando en su parte baja el macizo arco apuntado, que antes daba paso á las bodegas antiguas, y hoy lo da á vistosos departamentos que son morada soberbia de objetos de arte escogidos, tablas y lienzos primarios, y sorprendentes antiguallas. Avanzó la edificación sobre las rocas, adelantó una torre que penetra al mar, como desafiando sus bravezas, y construyó en su parte superior un salón de vastas dimensiones y de elevación extraordinaria, con airosos arcos y proporciones de catedral, cerrado en su fondo por una bellísima galería de cristales de colores.
Es una casa suspendida sobre el mar, que bate constantemente sus cimientos, y á quien á veces le sucede ensoberbecerse y encresparse en torno de la torre atalaya, contra la cual se arroja ardidoso, amenazándola con sus atronantes estrépitosos, bañándola con sus espumas hirvientes y haciéndola bambolear con sus embates, cual si quisiera deshacerse del temerario y arriscado torreón que se atreve á invadir los dominios de aquel mar latino, engendrador de ninfas, de sirenas y de diosas, y cuna de tradiciones teúrgicas y fábulas paganas; de aquel mar medieval, sólo domado por las flotas de los reyes de Aragón, condes de Barcelona, según la bizarra frase de nuestro gran almirante, ni los peces podían pasar como grabado no llevasen en su lomo el escudo de las Barras catalanas.
Tal es la casa levantada por Rusiñol, para depósito y alcázar de su tesoro ferramentario. Allí todo es arte y todo maravilla.
La parte baja tiene una cocina catalana con su llar, su chimenea de campana, sus tradicionales escaños, sus repisas con papel recortado, sus arrimadillos de azulejos valencianos, y todas las usanzas, menesteres y típicos atributos de aquellas grandes cocinas de Cataluña, de las cuales todavía se encuentran algunas perdidas en las soledades de nuestros montes, y yo hallé una en el castillo de Rocafort, por las pintorescas comarcas de Moyá, posesión de mi excelente amigo y compañero en Cortes D. Ramón de Rocafort.
A la izquierda se penetra en una alcoba catalana con sus paredes enlucidas, su cama blanca, de cabecera pintada de flores, su estampa de la Virgen del Vinyet y su enflorada pila de agua bendita en la espona[1], sin que se halle á faltar ningún detalle de cuantos dan color y carácter á ese cuadro viviente de un interior de masía catalana.
A la derecha un gabinete, especie de habitación-despacho, con sol de mediodía, con libros, con cuadros, con objetos de arte, con dijes y recuerdos íntimos de Rusiñol, cerrado por una gran vidriera, en la cual el maestro pintó varios peces, tan ricos en color y tan rebosantes de vida, que, por estar tras de la vidriera el mar, allí juntito, aparecen los peces como nadando y regocijándose en el seno de su salobre elemento.
Más allá, bajando dos anchas gradas, una estancia deliciosa, que á veces sirve de comedor y á veces de estudio y taller al maestro. Una fuente que allí brota, con surtidor nunca perezoso que cae sobre la marmóra concha donde se asilan pintados pececillos, da frescura á la estancia y danle también placideces y soñolencias las olas del mar vecino, que unas veces la arrullan con suaves rumores y otras la baten con rugientes empujes. En la parte alta, el gran salón. En él se hallan artísticamente distribuídos y colocados los hierros que forman parte capital del tesoro. Los hay de todas las formas, de todos los caprichos y de todos los siglos.
Clavos que adornaron las herradas puertas de alcázares soberbios; aldabas y aldabones parlantes de extrañas figuras y simbólicas formas; picaportes de raro ingenio; anillas que sirvieron para sujetar exploradoras naves de atrevidos nautas; hachones y candelabros en suntuosos tinelos de moradas señoriales; labrados hierros de rejas que oyeron suspirar de amores á enamoradas parejas; arcas de novia que asistieron á la primera noche de las bodas; cuentos de picas y lanzas que agujerearon pieles humanas; llaves que abrieron misteriosas puertas; pinchos agudos que funcionaron para guardar la fruta del cercado ajeno; cerrojos monstruosos que custodiaron á infelices presos; husillos y arcaduces que condujeron aguas salutiferas á la fuente; astas que enarbolaron estandartes de paz y señeras de guerra; cerraduras complicadas que guardaron caudales, y, por fin, entre otros muchos objetos de esta misma clase, dignos de admiración y cuenta, una cama monumental, un lecho todo de hierro, con calados, y adornos, y flores, que acaso fue de algún poderoso de la tierra, príncipe ó primate.
En uno de los testeros del salón, y en sitio de honor, cuelgan dos cuadros del Greco, objeto de veneración para el maestro, una Magdalena y un San Pedro, así como en los demás departamentos de la casa hay varios lienzos de artistas que son ya célebres y de otros que lo serán, sin contar muchos del propio Rusiñol, que tienen relevante mérito.
Esto es lo que, casa, palacio, museo, alcázar, instituto, Rusiñol llama el Cau ferrat, en catalán, es dcir, madriguera férrea, el cado ferroso, la huronera de hierro… ¡qué sé yo!... porque la verdad es que esta frase, de especial sabor catalán, es intraducible en castellano, ó, al menos, no acierto yo con ello.
Rusiñol, como ya dije, es gran admirador del Greco…
En su Cau ferrat se presta culto á los dos Grecos citados, y pocos meses han transcurrido desde el día en que estos dos cuadros fueron paseados por todo Sitges en triunfo y procesión solemne. Varios artistas catalanes, entusiastas y compañeros de Rusiñol, algunos periodistas y poetas de Barcelona, escritores y letrados, altos y bajos, el Ayuntamiento de Sitges en corporación, el pueblo todo en discreto tumulto y manifestación respetuosa, como en talle de celebrar una gran fiesta cívica, fueron á la estación del ferrocarril para recibir los cuadros del Greco, y, solemne, ceremoniosamente, alzados los pendones, ardiendo en regocijo, sonando los clarines, prolongándose los vivas y los aplausos, los llevaron á depositar en el Cau ferrat. Así se honró en Sitges, por inspiración y cuidados de Rusiñol, la memoria de aquel artista que por nombre de familia se llamó Domenico Theotocópuli, y por nombre de arte y de batalla el Greco, á quien unos creyeron extravagante, otros visionario y muchos loco, pero á quien todos admiraron siempre por el vigor de su talento, reconociéndolo como verdadero iniciador de la pintura española y no pocos como el pontífice de la escuela de Velásquez.
Podrá ser el Greco, aun hoy día, un enigma, pero fue un genio.
En ninguna parte del mundo obtuvo jamás el Greco, vivo ni muerto, los honores del triunfo como en el triunfo ostentoso que supieron procurarle en Sitges Rusiñol y sus amigos, por lo cual el Greco quedó honrado, la razón reconocida, la anticrítico humillada, el atre esclarecido, la justicia rehabilitada, y Sitges entera agradecida y triunfadora, figurando desde aquel día entre las ciudades más amantes del ingenio y del arte.
Pero el Cau ferrat no es solamente un museo, no es solamente un palacio, no es solamente un alcázar.. Es algo más que todo esto: ha tomado los vuelos de un instituto y las proporciones de un templo. Los entusiastas de Rusiñol, los impresionistas, los modernistas, los decadentistas, los que en Cataluña obedecen á esa especie de movimiento febril que se ha apoderado de cierta juventud, sin atender á que todo consiste en dar forma nueva á una idea antigua, consideran el Cau ferrat como el santuario del modernismo, y á el acuden en procesión y romería.
De vez en cuando se ilumina el templo, y se celebra en él.
A la vista tengo el elegante y bien impreso volumen que colecciona los trabajos leídos en la Fiesta modernista del Cau ferrat (tercer año), certamen literario que se efectuó el 4 de Noviembre de 894.
Leyéronse obras de Guillermo A. Tell (una poesia titulada Vida), de J. María Jordá (El pueblo muerto, en prosa), de José Aladern (El canto del minero), de Ramón Casellas Dou (La Damisela santa, en prosa), de Manuel Rocamora (El miedo, en verso), de José Puig y Cadafalch (El puente viejo y el puente nuevo, prosa), de Juan Richepín (Mediterráneas, verso) de José Pin y Soler (La matanza del cerdo, prosa), de Pompeyo Gener (Macabra vital, verso), de Narciso Oller (Un jugador, prosa), de Juan Maragall (Estrofas decadentistas, verso), de Dionisio Puig (Un átomo, prosa), de Federico Rahola (Amores macabros, verso), de José Ixart (La cámara blanca, prosa) y de M. Font y Torné (Cronología parada, prosa).
Excepto las Mediterráneas de Richepín, que están en verso francés, todos los demás trabajos se hallan escritos en catalán y publicados con esa trastornadora ortografía nueva de los modernistas catalanes que tanto daño hace al gallardo y rico lenguaje catalán, llamado por Cervantes dulce lengua y por Víctor Hugo vivo y luminoso idioma.
Después de la lectura de estos trabajos, todos notables y algunos de ellos superiores en sentimientos, originalidad, color y vida, hubo de subir al púlpito Santiago Rusiñol, el maestro y el Papa, y, celebrando su gran pontifical,  que no era para menos el acto, expuso y definió el dogma en un brillante discurso catalán; porque el saber que Rusiñol, así cautiva con el pincel como atrae con la pluma, siendo tan diestro, tan pensador y tan profundo en artes como lo es en letras.
Su discurso, que es muy bello, y dejará rastro, aparece sembrado de ideas originales, es de tonos vigorosos y cálidos, despide luz y tiene nervio, y, después de extenderse sobre el arte y sus ideales, desciende al Cau ferrat, y al asentar lo que es este instituto, define el dogma por medio de los siguientes párrafos, que traduzco al pie de la letra, pues que Rusiñol hizo esta vez su discurso en hermoso catalán, aun cuando sabe hacerlos también en castizo castellano.
Dicen así:
Sólo hemos de pedir una gracia, amigos míos: que sea siempre nuestro Cau un cau (es decir un cado, un nido) de ilusiones y de esperanzas, que sea refugio para los que sentimos frío en el corazón, sentadero para descanso del espíritu que llega enfermo del camino enlodado de esta tierra, ermita junto al mar, hospital de los heridos de indiferencia y posada de peregrinos de la Santa Poesía que aquí vengan á ver espacios, á respirar nubes y mares, y tormentas, y serenidades, á curarse de la enfermedad del ruido, á llenar sus pulmones de paz, para tornar luego con más aliento y volar hacia las selvas y malezas de la vida á continuar la Santa Lucha.
Esto queremos; y queremos, al propio tiempo, que todos vosotros, los que sentís tictactear el corazón y lleváis ideas en el cerebro, dejéis de soñar bajo y alcéis vuestra voz, hasta ahora monologada ó ahogada por el mugir de las muchedumbres, y digáis á vuestro pueblo en voz muy alta que el reino del egoísmo ha terminado; que no se vive sólo de alimentar el pobre cuerpo; que la religión del arte hace falta á pobres y ricos; que el pueblo que no estima á sus poetas tiene que vivir sin cantos y sin colores, ciego de alma y de vista; que quien pasa por la tierra sin adorar la belleza, no es digno ni tiene derecho á recibir la luz del sol, á sentir los besos de la primavera, á gozar de los insomnios del amor, á manchar con baba de bestia innoble las hermosuras esplendentes de la gran Naturaleza.”
Así, así, textualmente.
¡Qué nos separa, pues á los idealistas de los modernistas!
Si así se define el dogma nuevo, si es esto el impresionismo, si esto es el modernismo, entonces todo marcha por el buen camino, todos podemos entendernos, todos somos unos… et ego in Arcadia.
Entonces esto quiere decir, ó yo no sé leer, que en las esferas del arte y de la luz caben todos; que urge marchar en santa cruzada hacia las esferas donde reina el ideal, el ideal de la Belleza y de la Fe; que la inspiración debe ser el acicate de esta juventud que se agrupa al pie del estandarte comunero de los modernistas, el arte su luz, el genio su aliento, la fe su sostén y el ideal su esperanza y su fin.
Entonces esto quiere decir que hay que marchar á paso de ataque, en talle de conquista y con lumbre de fe hacia el palacio encantado de la Belleza, donde ésta gime cautiva y á quien los nuevos caballeros andantes del modernismo deben desencantar y poner á salvo, librándola de los follones y malandrines que la manchan con baba de bestia innoble.
Entonces esto quiere decir, por último, que hay que apiñarse en haz macedónica y en batallón sagrado para pasar por encima de la multitud ignara en demanda y busca del arquetipo; que no tiene derecho á bañarse en luz del sol quien pase por la tierra sin adorar la belleza; que es hora ya de que termine el reinado del egoísmo; que el individualismo, en el sentido que hoy le vemos extenderse y progresar, es un mal peligroso, propio solamente para ciegos de alma y de vista; y que hemos de volver, finalmente, á aquellos tiempos en que el arte no era personal ni utilitario, en el artista, con nombre ó sin él, desdeñando los trompeteos del vulgo y desconociendo los bombos del reclamo, sólo se cuidaba de perfeccionar su obra y de esmerarse en ella, ajeno á toda codicia de lucro, trabajando todos en el gran alcázar, sin más deseo que el de contribuir á elevar al cielo la aspiración unánime del siglo.
Si esto es, pues, el modernismo, si esto es el impresionismo, entonces yo, romántico é idealista de toda mi vida; yo, que voté contra la palabra modernismo con Castelar, con Pidal y con Madrazo, entonces, anche io, también yo, también yo soy cristiano: echadme á las fieras.
Casa Santa Teresa, en Villanueva y Geltrú, Agosto de 1895.
 

[1] Es una de las varias palabras catalanas, como por ejemplo Añoranza, Celistia y otras muchas que no tienen traducción precisa en castellano, ó al menos yo no se la encuentro. Espona, del latín Sponda, significa el espacio que media entre la pared y la cama, el lado del lecho por donde se sube á el, el lienzo de muro junto á la cabecera donde es costumbre colgar una imagen ó una pila de agua bendita. ¿Cómo se llama en castellano?



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