Antiga postal del Cau Ferrat. 1901 o ant. |
El
4 de novembre de 1894 es celebrà la Tercera Festa Modernista, una de
les manifestacions més memorables del Modernisme on hi participaren
escriptors i artistes de molt variades tendències i concepcions
estètiques. Des d’aleshores, el Cau Ferrat es va erigir com a lloc
de referència del Modernisme. Entre les moltes visites que el Cau
Ferrat va rebre, sobresurten les que va fer Víctor Balaguer que
realitzà amb la companyia d’amics i coneguts, ja sigui per ser
Acadèmic de la Llengua o com a afiliat al Partit Lliberal o per ser
un dels restauradors dels Jocs Florals.
Així
doncs, Víctor Balaguer, poeta “Mestre en Gay Saber” va escriure
aquest text dedicat a la Blanca Subur fent especial menció del Cau
Ferrat i que publicà en almenys tres ocasions; Va aparèixer dins la
revista madrilenya Pro
Patria (segona
època), III, XXI (septiembre, 1895), a La
Vanguardia,
del dia 26 de setembre de 1895 i també aparegué publicat com a
capítol en un volum editat a Madrid l’any 1896 conjuntament amb
altres textos inspirats en excursions i records, a partir de notes i
apunts del mateix Balaguer titulat Historias
y tradiciones
on
descrivia una sèrie de llocs suggerents i prou interessants i que
van merèixer l’atenció d’un jove Víctor Balaguer:
Medina
del Campo, La Danza de las Morratxas (Canet de Mar), La Cartuja de
Montealegre, Sitges la blanca, La Torre de los Encantados (Caldes
d’Estrac), El Castillo de la Selva, El Cuento del Cid i La Cuesta
de la Reina excursionista i inquiet.
SITGES
LA BLANCA
Como
nacida de la nívea espuma
que
engendró un día á Venus Afrodita,
risueña,
alegre, seductora, blanca,
orilla
de la mar se eleva Sitges.
Es
la antigua Subur. Montes vecinos,
que
resguardan y protegen, danle
atomilladas
brisas, acres brumas
la
mar salobre que á sus pies se tiende,
y
dulces mieles, en lugar de vinos,
sus
griegas vides. Gallardea y crece
en
sus jardines la africana palma,
y
sus mujeres son dechado y timbre
de
gracia y de beldad.
Hermosa
villa,
la
que al pie duermes del Garraf riscoso,
en
un lecho de flores, al arrullo
del
ola tumultuante que se rompe,
lasa
y vencida, en la enriscada peña
donde
aparece tu sagrado templo;
serena,
amante, hechizadora Sitges,
nido
dulce de amor, ¡Dios te bendiga!
Con
estos versos expresé yo mi amor á Sitges, cuando pisaba muy á
menudo sus playas, hace ya bastantes años.
Podrá
Sitges no ser la antigua Kissa
ó
Cissa,
como afirman algunos; podrá no ser, ó si será, la ópima Subur,
según pretenden los más, y yo con ellos; pero es, sí, una de las
villas más amorosas y más seducientes que conozco.
Está
situada al pie del Garraf, el riscoso monte que cantó Cabanyes, por
cuyas entrañas cruza un río de ignorado origen y en cuyas selvas se
albergan los dioses y los gigantes de las leyendas; y viene á
murmurar trovas lemosinas á sus plantas el mar azul, el
Mediterráneo, nuestro mar latino, el mar de entre cuya espuma
luminosa se vió salir un día á la Afrodita.
En
sus costas y laderas el sol madura la uva dulcísima de origen
griego, que aquí trajo, según tradición, roger de Lauria, y que
destila ese vino embriagador y aromático llamado malvasía, del cual
se dice no saber lo que es en Sitges más dulce, si la miel de su
vino ó el amor de sus mujeres.
Sus
casas se extienden en afiteatro, en graciosa concha, por la playa,
atentas para ver el mar, y tras de ellas, diligentes también para
gozarlo, se empinan y sobresalen otras casas que parecen ponerse de
puntilla como no queriendo perderlo de vista, ansiosas de recibir el
beso de su fresca marinada.
Florece
la africana palmera en sus jardines y el áloes en su arena, y sus
hermosas huertas se ocultan tras de impenetrables cercas de pitas y
chumberas. Su iglesia parroquial se encumbra sobre un grupo de rocas
dominando el mar, y á lo lejos, escalando una loma, aparece el
cementerio con su muro blanco y sus cipreses verdinegros,
presentándose, no como lugar de tristeza y muerte, sino como sitio
de encantos y delicias, en el que Franco Gras ha
colocado la principal acción de una de sus novelas.
Blancas
son sus casas como ampo de nieve, mensualmente encaladas con
preferente aliño; blancas son las losas de sus calles y las tapias
de sus huertos; blancas y rosadas como flor de almendro sus mujeres
con sus vestes blancas, y blanca con el color purpúreo del alba, no
morena como la Virgen del Montserrat, dentro de su templo blanco, es
la imagen bizantina de su Virgen del Vinyet, la Nuestra Señora de
las Nieves invocada por los marinos y engrandecida por las leyendas.
Tal
es Sitges la amorosa, Sitges la blanca, donde todo es luz y todo
amor, todo dulzura y todo júbilo.
Es
una villa griega en nuestra costa levantina y una villa andaluza en
Cataluña, con la particularidad de que sólo en esta villa se ven
rejas salientes como en Andalucía, adecuadas para amorosos
coloquios. También es la única villa catalana donde la lengua,
principalmente entre las mujeres, parece tomar cierta forma y cierto
dejo, propios de comarcas americanas y andaluzas, y donde usan,
mezcladas con el lenguaje catalán, ciertas voces originarias de
Andalucía y que sólo allí se oyen y acostumbran.
¡Oh
hermosa, blanca y amorosa Sitges de mis recuerdos juveniles! ¡Ay,
riberita de Sitges, como decía yo entonces.
¡Ay,
riberita de Sitges,
ribera
de mis cuidados,
la
noche que yo te vi
de
la luna al dulce rayo!
¡Ay,
Sitges de mis amores,
la
del aire embalsamado,
con
la mar fosforescente
por
tu playa resbalando,
con
el ambiente aromoso
de
tus cármenes cercanos,
cuando
tu limpia ribera
íbamos
los dos cruzando,
su
talle esbelto y flexible
prisionero
de mi brazo,
y
mirándome en sus ojos,
mientras
bebía en sus labios
la
miel que ofrece á tu vino
la
griega vid de tus llanos!
¡Ay,
riberita de Sitges,
ribera
de mis cuidados!
Esta
es la población escogida por Santiago Rusiñol para establecer su
Cau
ferrat.
¡El Cau
ferrat!
Hay que hablar, hay que hablar de esta humorada, que ha tomado todos
los aires y todos los vuelos de una institución. El Cau
ferrat
es
un capricho que ha venido á erigirse hoy en templo suntuoso del
modernismo.
Santiago
Rusiñol, el pintor impresionista, reputado por su talento
excepcional, por sus cuadros de mérito superior, y algo también por
sus rasgos de originalidad y de caràcter, el artista noble, generoso
y simpático, que ha sabido hacerse querer y admirar de todos, poseía
una riquísima colección de hierros. Los fué recogiendo en sus
viajes, y llegó á formar con ellos un Museo, pero un Museo de
precio y de estima. Convertido Rusiñol en coleccionista de hierros,
tiene hoy en este género un verdadero tesoro. En una de sus
excursiones por Cataluña, se prendó de Sitges, y decidió hacerla
depositaria de su artística ferramienta, recogida y alcanzada con la
selección del inteligente, el celo del arqueólogo, la avaricia del
anticuario y el ojo del artista.
Sitges
es un pueblo alegre, que ríe y que canta; es una villa helena,
anacreóntica, en que todo brilla y esplende: la luz en su cielo
azul, el fósforo en su mar hirviente, las flores en sus jardines, la
palma en sus arenas, el calor en sus espacios, la sensualidad en sus
fiestas, e amor en sus mujeres y el arte en todo. Es la villa que
Anacreonte hubo de ver en sueños al escribir sus odas inmortales. La
malvasía y el moscatel de Sitges son vinos perfumados y dulcísimos
que se parecen á estatuas griegas en lo de no conocer rivales. Así
fué sin duda la ambrosía que Hebe escanciaba á los dioses del
Olimpo. Y así debieran llamarse estos vinos, Anacreonte ó Píndaro,
en vez de moscatel y malvasia.
¡Qué
extraño, pues, que Rusiñol, con sus fantasías de artista, se
enamorase de Sitges!
Compró
una casa antigua, en la calle de Sitges más antigua también y de
más caràcter, junto á la iglesia que parece haberse edificado sólo
para que pueda asomarse al balcón del baluarte, desde donde aparece
el mar en toda su grandeza, y al pie del viejo castillo que fué de
Doña Violante de Bar, la esposa de Juan II el amador
de la gentileza,
la reina de Aragón, hermosa y galante, que presidía los juegos
florales y repartía premios á los trovadores.
Rusiñol
trastornó y transformó la casa, dejando en su parte baja el macizo
arco apuntado, que antes daba paso á las bodegas antiguas, y hoy lo
da á vistosos departamentos que son morada soberbia de objetos de
arte escogidos, tablas y lienzos primarios, y sorprendentes
antiguallas. Avanzó la edificación sobre las rocas, adelantó una
torre que penetra al mar, como desafiando sus bravezas, y construyó
en su parte superior un salón de vastas dimensiones y de elevación
extraordinaria, con airosos arcos y proporciones de catedral, cerrado
en su fondo por una bellísima galería de cristales de colores.
Es
una casa suspendida sobre el mar, que bate constantemente sus
cimientos, y á quien á veces le sucede ensoberbecerse y encresparse
en torno de la torre atalaya, contra la cual se arroja ardidoso,
amenazándola con sus atronantes estrépitosos, bañándola con sus
espumas hirvientes y haciéndola bambolear con sus embates, cual si
quisiera deshacerse del temerario y arriscado torreón que se atreve
á invadir los dominios de aquel mar latino, engendrador de ninfas,
de sirenas y de diosas, y cuna de tradiciones teúrgicas y fábulas
paganas; de aquel mar medieval, sólo domado por las flotas de los
reyes de Aragón, condes de Barcelona, según la bizarra frase de
nuestro gran almirante, ni los peces podían pasar como grabado no
llevasen en su lomo el escudo de las Barras catalanas.
Tal
es la casa levantada por Rusiñol, para depósito y alcázar de su
tesoro ferramentario. Allí todo es arte y todo maravilla.
La
parte baja tiene una cocina catalana con su llar,
su chimenea de campana, sus tradicionales escaños, sus repisas con
papel recortado, sus arrimadillos de azulejos valencianos, y todas
las usanzas, menesteres y típicos atributos de aquellas grandes
cocinas de Cataluña, de las cuales todavía se encuentran algunas
perdidas en las soledades de nuestros montes, y yo hallé una en el
castillo de Rocafort, por las pintorescas comarcas de Moyá, posesión
de mi excelente amigo y compañero en Cortes D. Ramón de Rocafort.
A
la izquierda se penetra en una alcoba catalana con sus paredes
enlucidas, su cama blanca, de cabecera pintada de flores, su estampa
de la Virgen del Vinyet y su enflorada pila de agua bendita en la
espona[1],
sin que se halle á faltar ningún detalle de cuantos dan color y
carácter á ese cuadro viviente de un interior de masía catalana.
A
la derecha un gabinete, especie de habitación-despacho, con sol de
mediodía, con libros, con cuadros, con objetos de arte, con dijes y
recuerdos íntimos de Rusiñol, cerrado por una gran vidriera, en la
cual el maestro pintó varios peces, tan ricos en color y tan
rebosantes de vida, que, por estar tras de la vidriera el mar, allí
juntito, aparecen los peces como nadando y regocijándose en el seno
de su salobre elemento.
Más
allá, bajando dos anchas gradas, una estancia deliciosa, que á
veces sirve de comedor y á veces de estudio y taller al maestro. Una
fuente que allí brota, con surtidor nunca perezoso que cae sobre la
marmóra concha donde se asilan pintados pececillos, da frescura á
la estancia y danle también placideces y soñolencias las olas del
mar vecino, que unas veces la arrullan con suaves rumores y otras la
baten con rugientes empujes. En la parte alta, el gran salón. En él
se hallan artísticamente distribuídos y colocados los hierros que
forman parte capital del tesoro. Los hay de todas las formas, de
todos los caprichos y de todos los siglos.
Clavos
que adornaron las herradas puertas de alcázares soberbios; aldabas y
aldabones parlantes de extrañas figuras y simbólicas formas;
picaportes de raro ingenio; anillas que sirvieron para sujetar
exploradoras naves de atrevidos nautas; hachones y candelabros en
suntuosos tinelos de moradas señoriales; labrados hierros de rejas
que oyeron suspirar de amores á enamoradas parejas; arcas de novia
que asistieron á la primera noche de las bodas; cuentos de picas y
lanzas que agujerearon pieles humanas; llaves que abrieron
misteriosas puertas; pinchos agudos que funcionaron para guardar la
fruta del cercado ajeno; cerrojos monstruosos que custodiaron á
infelices presos; husillos y arcaduces que condujeron aguas
salutiferas á la fuente; astas que enarbolaron estandartes de paz y
señeras de guerra; cerraduras complicadas que guardaron caudales, y,
por fin, entre otros muchos objetos de esta misma clase, dignos de
admiración y cuenta, una cama monumental, un lecho todo de hierro,
con calados, y adornos, y flores, que acaso fue de algún poderoso de
la tierra, príncipe ó primate.
En
uno de los testeros del salón, y en sitio de honor, cuelgan dos
cuadros del Greco, objeto de veneración para el maestro, una
Magdalena y un San Pedro, así como en los demás departamentos de la
casa hay varios lienzos de artistas que son ya célebres y de otros
que lo serán, sin contar muchos del propio Rusiñol, que tienen
relevante mérito.
Esto
es lo que, casa, palacio, museo, alcázar, instituto, Rusiñol llama
el Cau
ferrat,
en catalán, es dcir, madriguera férrea, el cado ferroso, la
huronera de hierro… ¡qué sé yo!... porque la verdad es que esta
frase, de especial sabor catalán, es intraducible en castellano, ó,
al menos, no acierto yo con ello.
Rusiñol,
como ya dije, es gran admirador del Greco…
En
su Cau
ferrat
se
presta culto á los dos Grecos citados, y pocos meses han
transcurrido desde el día en que estos dos cuadros fueron paseados
por todo Sitges en triunfo y procesión solemne. Varios artistas
catalanes, entusiastas y compañeros de Rusiñol, algunos periodistas
y poetas de Barcelona, escritores y letrados, altos y bajos, el
Ayuntamiento de Sitges en corporación, el pueblo todo en discreto
tumulto y manifestación respetuosa, como en talle de celebrar una
gran fiesta cívica, fueron á la estación del ferrocarril para
recibir los cuadros del Greco, y, solemne, ceremoniosamente, alzados
los pendones, ardiendo en regocijo, sonando los clarines,
prolongándose los vivas y los aplausos, los llevaron á depositar en
el Cau
ferrat.
Así se honró en Sitges, por inspiración y cuidados de Rusiñol, la
memoria de aquel artista que por nombre de familia se llamó Domenico
Theotocópuli, y por nombre de arte y de batalla el Greco, á quien
unos creyeron extravagante, otros visionario y muchos loco, pero á
quien todos admiraron siempre por el vigor de su talento,
reconociéndolo como verdadero iniciador de la pintura española y no
pocos como el pontífice de la escuela de Velásquez.
Podrá
ser el Greco, aun hoy día, un enigma, pero fue un genio.
En
ninguna parte del mundo obtuvo jamás el Greco, vivo ni muerto, los
honores del triunfo como en el triunfo ostentoso que supieron
procurarle en Sitges Rusiñol y sus amigos, por lo cual el Greco
quedó honrado, la razón reconocida, la anticrítico humillada, el
atre esclarecido, la justicia rehabilitada, y Sitges entera
agradecida y triunfadora, figurando desde aquel día entre las
ciudades más amantes del ingenio y del arte.
Pero
el Cau
ferrat
no
es solamente un museo, no es solamente un palacio, no es solamente un
alcázar.. Es algo más que todo esto: ha tomado los vuelos de un
instituto y las proporciones de un templo. Los entusiastas de
Rusiñol, los impresionistas, los modernistas, los decadentistas, los
que en Cataluña obedecen á esa especie de movimiento febril que se
ha apoderado de cierta juventud, sin atender á que todo consiste en
dar forma nueva á una idea antigua, consideran el Cau
ferrat
como
el santuario del modernismo, y á el acuden en procesión y romería.
De
vez en cuando se ilumina el templo, y se celebra en él.
A
la vista tengo el elegante y bien impreso volumen que colecciona los
trabajos leídos en la Fiesta modernista del Cau
ferrat
(tercer
año), certamen literario que se efectuó el 4 de Noviembre de 894.
Leyéronse
obras de Guillermo A. Tell (una poesia titulada Vida),
de J. María Jordá (El
pueblo muerto,
en prosa), de José Aladern (El
canto del minero),
de Ramón Casellas Dou (La
Damisela santa,
en prosa), de Manuel Rocamora (El
miedo,
en verso), de José Puig y Cadafalch (El
puente viejo y el puente nuevo,
prosa), de Juan Richepín (Mediterráneas,
verso) de José Pin y Soler (La
matanza del cerdo,
prosa), de Pompeyo Gener (Macabra
vital,
verso), de Narciso Oller (Un
jugador,
prosa), de Juan Maragall (Estrofas
decadentistas,
verso), de Dionisio Puig (Un
átomo,
prosa), de Federico Rahola (Amores
macabros,
verso), de José Ixart (La
cámara blanca,
prosa) y de M. Font y Torné (Cronología
parada,
prosa).
Excepto
las Mediterráneas
de
Richepín, que están en verso francés, todos los demás trabajos se
hallan escritos en catalán y publicados con esa trastornadora
ortografía nueva de los modernistas catalanes que tanto daño hace
al gallardo y rico lenguaje catalán, llamado por Cervantes dulce
lengua
y
por Víctor Hugo vivo
y luminoso idioma.
Después
de la lectura de estos trabajos, todos notables y algunos de ellos
superiores en sentimientos, originalidad, color y vida, hubo de subir
al púlpito Santiago Rusiñol, el maestro y el Papa, y, celebrando su
gran pontifical, que no era para menos el acto, expuso y
definió el dogma en un brillante discurso catalán; porque el saber
que Rusiñol, así cautiva con el pincel como atrae con la pluma,
siendo tan diestro, tan pensador y tan profundo en artes como lo es
en letras.
Su
discurso, que es muy bello, y dejará rastro, aparece sembrado de
ideas originales, es de tonos vigorosos y cálidos, despide luz y
tiene nervio, y, después de extenderse sobre el arte y sus ideales,
desciende al Cau
ferrat,
y al asentar lo que es este instituto, define el dogma por medio de
los siguientes párrafos, que traduzco al pie de la letra, pues que
Rusiñol hizo esta vez su discurso en hermoso catalán, aun cuando
sabe hacerlos también en castizo castellano.
Dicen
así:
“Sólo
hemos de pedir una gracia, amigos míos: que sea siempre nuestro Cau
un cau (es decir un cado, un nido) de ilusiones y de esperanzas, que
sea refugio para los que sentimos frío en el corazón, sentadero
para descanso del espíritu que llega enfermo del camino enlodado de
esta tierra, ermita junto al mar, hospital de los heridos de
indiferencia y posada de peregrinos de la Santa Poesía que aquí
vengan á ver espacios, á respirar nubes y mares, y tormentas, y
serenidades, á curarse de la enfermedad del ruido, á llenar sus
pulmones de paz, para tornar luego con más aliento y volar hacia las
selvas y malezas de la vida á continuar la Santa Lucha.
“Esto
queremos; y queremos, al propio tiempo, que todos vosotros, los que
sentís tictactear el corazón y lleváis ideas en el cerebro, dejéis
de soñar bajo y alcéis vuestra voz, hasta ahora monologada ó
ahogada por el mugir de las muchedumbres, y digáis á vuestro pueblo
en voz muy alta que el reino del egoísmo ha terminado; que no se
vive sólo de alimentar el pobre cuerpo; que la religión del arte
hace falta á pobres y ricos; que el pueblo que no estima á sus
poetas tiene que vivir sin cantos y sin colores, ciego de alma y de
vista; que quien pasa por la tierra sin adorar la belleza, no es
digno ni tiene derecho á recibir la luz del sol, á sentir los besos
de la primavera, á gozar de los insomnios del amor, á manchar con
baba de bestia innoble las hermosuras esplendentes de la gran
Naturaleza.”
Así,
así, textualmente.
¡Qué
nos separa, pues á los idealistas de los modernistas!
Si
así se define el dogma nuevo, si es esto el impresionismo, si esto
es el modernismo, entonces todo marcha por el buen camino, todos
podemos entendernos, todos somos unos… et
ego in Arcadia.
Entonces
esto quiere decir, ó yo no sé leer, que en las esferas del arte y
de la luz caben todos; que urge marchar en santa cruzada hacia las
esferas donde reina el ideal, el ideal de la Belleza y de la Fe; que
la inspiración debe ser el acicate de esta juventud que se agrupa al
pie del estandarte comunero de los modernistas, el arte su luz, el
genio su aliento, la fe su sostén y el ideal su esperanza y su fin.
Entonces
esto quiere decir que hay que marchar á paso de ataque, en talle de
conquista y con lumbre de fe hacia el palacio encantado de la
Belleza, donde ésta gime cautiva y á quien los nuevos caballeros
andantes del modernismo deben desencantar y poner á salvo,
librándola de los follones y malandrines que la
manchan con baba de bestia innoble.
Entonces
esto quiere decir, por último, que hay que apiñarse en haz
macedónica y en batallón sagrado para pasar por encima de la
multitud ignara en demanda y busca del arquetipo; que no tiene
derecho á bañarse en luz del sol quien pase
por la tierra sin adorar la belleza;
que es hora ya de que termine
el reinado del egoísmo;
que el individualismo, en el sentido que hoy le vemos extenderse y
progresar, es un mal peligroso, propio solamente para ciegos
de alma y de vista;
y que hemos de volver, finalmente, á aquellos tiempos en que el arte
no era personal ni utilitario, en el artista, con nombre ó sin él,
desdeñando los trompeteos del vulgo y desconociendo los bombos del
reclamo, sólo se cuidaba de perfeccionar su obra y de esmerarse en
ella, ajeno á toda codicia de lucro, trabajando todos en el gran
alcázar, sin más deseo que el de contribuir á elevar al cielo la
aspiración unánime del siglo.
Si
esto es, pues, el modernismo, si esto es el impresionismo, entonces
yo, romántico é idealista de toda mi vida; yo, que voté contra la
palabra modernismo
con
Castelar, con Pidal y con Madrazo, entonces, anche io, también yo,
también yo soy cristiano: echadme á las fieras.
Casa
Santa Teresa, en Villanueva y Geltrú, Agosto de 1895.
[1]
Es
una de las varias palabras catalanas, como por ejemplo Añoranza,
Celistia
y
otras muchas que no tienen traducción precisa en castellano, ó al
menos yo no se la encuentro. Espona,
del latín Sponda,
significa el espacio que media entre la pared y la cama, el lado del
lecho por donde se sube á el, el lienzo de muro junto á la cabecera
donde es costumbre colgar una imagen ó una pila de agua bendita.
¿Cómo se llama en castellano?
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