En aquesta ocasió i en la revista Nuevo Mundo, es publicà un article de 1916 sobre Trinitat Catasús en referència al seu llibre de poesías titulat “De l’hort i de la costa”, editat l’any anterior per L’Eco de Sitges. La revista Nuevo Mundo s’editava a Madrid des de 1894, i era una revista d’actualitat amb reportatges gràfics i contingut més aviat d’entreteniment.
CATALUÑA
El poeta Trinitat Catasús representa en la lírica catalana una modalidad tan interesante, tan propia, tan colorida, que bien merece su nuevo libro De l’hort i de la costa un comentario, no á base de crítica literaria, pero de pura emoción estética ante un aspecto pintoresco y localista.
Nos hallamos ante un poeta mediterráneo. Color, luz, serenidad y armonía, y las aristas vivas de las cosas mostrándonos el alma del paisaje.
Un día de invierno, lleno de sol y de paz, se reunieron en Sitges un grupo de amigos y el poeta dió lectura – en un rincón propicio de la playa luminosa – á la mayor parte de las poesias que hoy figuran en el libro. Por eso el libro es una ofrenda al pie del ara de la Amistad, es decir, producto del esfuerzo colectivo del grupo de entusiastas que, en una clara mañana de invierno, saborearon las primicias de los frutos sabrosos de un contemplativo.
Es indispensable haber vivido en Sitges –donde la costa brava de Cataluña se suaviza y se difuma, perdiendo toda aspereza– una de esas mañanas de vida no ya vegetativa, sino vegetal, cuyas excelencias ha cantado Unamuno, para comprender el valor de eternidad de estas estrofas.
Sitges, la blanca; Sitges –el blanco refugio que señaló, á la intelectualidad catalana, en lucha, el filósofo Diego Ruiz– es pura concreción de mediterranismo. No en vano el espíritu inquieto de Santiago Rusiñol ha sentado en la playa hospitalaria su morada de paz y levantado un monumento al Greco para eterno descanso del gran asceta cuyo espíritu, turbado y turbador, debe de vagar ahora alrededor de su estatua buscando el reposo suave que no pudieron ofercerle en vida las planicies desiertas.
Catasús, los versos sonoros de Catasús, son el propio ritmo del paisaje mediterráneo, como lo son asimismo –no sé si con mayor pujanza todavia– las telas incomparables del pintor Joaquin Sunyer, que algún dia hemos de lograr que venga á Madrid para remover el ambiente de convencionalismos en que se producen la mayor parte de exposiciones artísticas.
¿Escuela mediterránea? No sé, no sé. Esas clasificaciones banales me interesan muy poco. Lo que yo puedo deciros es que la contemplación del viejo Mediterráneo, que hizo exclamar á Ruben Dario, el inmortal:
“Aquí, junto al mar latino,
Digo la verdad:
Pongo en agua, acotia y vino
Yo mi eternidad”.
Tiene un no sé qué de misterio que penetra muy adentro de las almas y las unge para preservarlas de banales contactos con la turbamulta literaria, santificándolas y haciéndolas más puras.
Trinitat Catasús es una de esas almas puras. Su lira canta un Sábado de Gloria y una Pascua y un Corpus y un San Juan impregnados de paganismo: todos los meses del año tienen – á través de sus cantos – una significación tan ingenua y primitiva, que os hacen la vida amable, y las visiones que evocan sus versos, impecables y sonoros, reconfortan el espíritu, alejando de tal modo toda inquietud, que os obligan á exclamar, resignados con Goethe:
“La creación permanece incomprendida
Y bella como el primer día”.
Santiago Vinardell
CATALUÑA
El poeta Trinitat Catasús representa en la lírica catalana una modalidad tan interesante, tan propia, tan colorida, que bien merece su nuevo libro De l’hort i de la costa un comentario, no á base de crítica literaria, pero de pura emoción estética ante un aspecto pintoresco y localista.
Nos hallamos ante un poeta mediterráneo. Color, luz, serenidad y armonía, y las aristas vivas de las cosas mostrándonos el alma del paisaje.
Un día de invierno, lleno de sol y de paz, se reunieron en Sitges un grupo de amigos y el poeta dió lectura – en un rincón propicio de la playa luminosa – á la mayor parte de las poesias que hoy figuran en el libro. Por eso el libro es una ofrenda al pie del ara de la Amistad, es decir, producto del esfuerzo colectivo del grupo de entusiastas que, en una clara mañana de invierno, saborearon las primicias de los frutos sabrosos de un contemplativo.
Es indispensable haber vivido en Sitges –donde la costa brava de Cataluña se suaviza y se difuma, perdiendo toda aspereza– una de esas mañanas de vida no ya vegetativa, sino vegetal, cuyas excelencias ha cantado Unamuno, para comprender el valor de eternidad de estas estrofas.
Sitges, la blanca; Sitges –el blanco refugio que señaló, á la intelectualidad catalana, en lucha, el filósofo Diego Ruiz– es pura concreción de mediterranismo. No en vano el espíritu inquieto de Santiago Rusiñol ha sentado en la playa hospitalaria su morada de paz y levantado un monumento al Greco para eterno descanso del gran asceta cuyo espíritu, turbado y turbador, debe de vagar ahora alrededor de su estatua buscando el reposo suave que no pudieron ofercerle en vida las planicies desiertas.
Catasús, los versos sonoros de Catasús, son el propio ritmo del paisaje mediterráneo, como lo son asimismo –no sé si con mayor pujanza todavia– las telas incomparables del pintor Joaquin Sunyer, que algún dia hemos de lograr que venga á Madrid para remover el ambiente de convencionalismos en que se producen la mayor parte de exposiciones artísticas.
¿Escuela mediterránea? No sé, no sé. Esas clasificaciones banales me interesan muy poco. Lo que yo puedo deciros es que la contemplación del viejo Mediterráneo, que hizo exclamar á Ruben Dario, el inmortal:
“Aquí, junto al mar latino,
Digo la verdad:
Pongo en agua, acotia y vino
Yo mi eternidad”.
Tiene un no sé qué de misterio que penetra muy adentro de las almas y las unge para preservarlas de banales contactos con la turbamulta literaria, santificándolas y haciéndolas más puras.
Trinitat Catasús es una de esas almas puras. Su lira canta un Sábado de Gloria y una Pascua y un Corpus y un San Juan impregnados de paganismo: todos los meses del año tienen – á través de sus cantos – una significación tan ingenua y primitiva, que os hacen la vida amable, y las visiones que evocan sus versos, impecables y sonoros, reconfortan el espíritu, alejando de tal modo toda inquietud, que os obligan á exclamar, resignados con Goethe:
“La creación permanece incomprendida
Y bella como el primer día”.
Santiago Vinardell
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